El 25
de noviembre de 1960, los cuerpos de las tres hermanas Mirabal se encontraron
en el fondo de un acantilado en la costa de la República Dominicana. Aquel
acontecimiento, que fue vendido a la prensa como un trágico accidente por
Trujillo, el dictador dominicano que dio la orden de acabar con ellas,
contribuyó a despertar la conciencia entre la población, que culminó, seis
meses después, con el asesinato del caudillo.
En
honor a estas tres valientes hermanas asesinadas a garrotazos, que se habían
convertido en auténticas heroínas de la lucha clandestina antitrujillista, se
conmemora cada año en esta fecha el Día Internacional de la No Violencia Contra
la Mujer, aprobado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en diciembre
de 1999, a propuesta de la República Dominicana con el apoyo de 60 países.
Patria,
Minerva y María Teresa, así se llamaban las hermanas, nacieron y crecieron en
el seno de una familia rural acomodada en el paraje de Ojo de Agua, en Salcedo,
el municipio más importante de la provincia que se rebautizó más tarde, y en
honor a ellas, con el nombre de Hermanas Mirabal.
Estas
mujeres, que habían mostrado un interés muy temprano por los estudios, dedicaron
gran parte de su corta vida a luchar por la libertad política de su país,
oponiéndose firmemente a una de las tiranías más opresoras y duras que tenía
Latinoamérica: la de Rafael Leónidas Trujillo, conocido también como «El Jefe»,
«El Generalísimo», «El Chivo» o «El Chapita», por su afición desmedida por las
condecoraciones.
El
mismo hombre, protagonista de uno de los más acusados cultos a la personalidad
del siglo XX, que arrebató casi toda la fortuna a su familia cuando llegó al
poder. Convencidas «Las Mariposas» –así era conocidas entre sus compañeros de
lucha– de que Trujillo llevaría al país a un auténtico caos, decidieron formar
el grupo de oposición «Agrupación Política 14 de Junio».
A causa de su persistente actividad rebelde, fueron encarceladas y torturadas en no pocas ocasiones, a pesar de los cual decidieron continuar luchando con el único objetivo de acabar con la dictadura.
A causa de su persistente actividad rebelde, fueron encarceladas y torturadas en no pocas ocasiones, a pesar de los cual decidieron continuar luchando con el único objetivo de acabar con la dictadura.
Cuando
«El Chivo» comprobó que la cárcel no era suficiente para detener aquella
actividad clandestina, a la que cada día se iban uniendo más adeptos, decidió
acabar con ellas. Eran los últimos años de la década de los 50, en los que se
estaba despertando una fuerte inquietud social en toda América Latina, con la
caída de varios dictadores y el triunfo de Fidel Castro.
Las hermanas Mirabal habían comentado a sus maridos, en una visita a la cárcel donde se encontraban recluidos, los rumores que circulaban en Salcedo sobre la posibilidad que sufrieran un «accidente», como se denominaba entonces a la manera que utilizaba el régimen de ordenar la desaparición de un opositor importante, con la supuesta intención de ocultar el crimen.
Las hermanas Mirabal habían comentado a sus maridos, en una visita a la cárcel donde se encontraban recluidos, los rumores que circulaban en Salcedo sobre la posibilidad que sufrieran un «accidente», como se denominaba entonces a la manera que utilizaba el régimen de ordenar la desaparición de un opositor importante, con la supuesta intención de ocultar el crimen.
Uno de
los esposos, Manolo, sugirió que debían acabar con los viajes y marcharse a
Puerto Plata para evitar el paso por las carreteras, pero ya era tarde: la
orden de asesinar a las hermanas ya había sido dada.
Cinco
miembros del Servicio de Inteligencia Militar detuvieron el jeep en el que
regresaban de la prisión, las introdujeron a empujones en un coche y las
llevaron a un lugar previamente escogido, cerca de La Cumbre.
Eran
aproximadamente las 19:30. Allí las mataron a golpes y colocaron sus cadáveres
en el jeep, antes de arrojarlo por el precipicio.
Ciriaco
de la Rosa, uno de los asesinos, lo contaría más tarde: «Después de apresarlas,
las condujimos al sitio cerca del abismo, donde ordené a Rojas Lora que cogiera
palos y se llevara a una de las muchachas. Cumplió la orden en el acto y se
llevó a una de ellas, la de las trenzas largas (María Teresa). Alfonso Cruz
Valerio eligió a la más alta (Minerva), yo elegí a la más bajita y gordita
(Patria) y Malleta, al chofer, Rufino de La Cruz. Ordené a cada uno que se
internara en un cañaveral a orillas de la carretera, separadas todas para que
las víctimas no presenciaran la ejecución de cada una de ellas […] Traté de
evitar este horrendo crimen, pero no pude, porque tenía órdenes directas de
Trujillo y Johnny Abbes García. De lo contrario, nos hubieran liquidado a
todos».
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